jueves, 19 de abril de 2018

PARQUE LEZAMA: UNA HISTORIA DENTRO DE OTRA HISTORIA (1º Nota)


El Parque Lezama de Buenos Aires es un punto clave de la ciudad. Es el punto de unión entre los barrios de La Boca, Barracas y San Telmo. Es el lugar de la primera fundación de la ciudad. Fue el segundo parque público. Ahí se armó la mayor colección botánica que hubo en este país y Sudamérica. Fue recinto privilegiado de personajes literarios como Amalia, Martín del Castillo o Alejandra Vidal. Fue factor de inspiración para poetas como Baldomero Fernández Moreno, María Elena Walsh u Horacio Ferrer o novelista como Ernesto Sábato. El parque es una suma de muchas cosas, con historias que encierran otras historias.  





El parque no es un lugar cualquiera. Es un emblema de la ciudad y el lugar de su primera fundación. Hay montones de historias alrededor de este lugar que – sin ser especialmente diferente al resto – tiene un espíritu interior particular. Por alguna causa fue y es lugar elegido de escritores y artistas de todo tipo, pero especialmente los primeros. Tanto si escriben sobre él, como si lo hacen dentro de él o en alguno de los dos bares característicos ubicados en un extremo del predio. El Bar Británico y El Hipopótamo en la esquina de Brasil y Defensa. Los otros bares – que  son muchos – no son iguales. Parece que no son ni fueron propicios para la literatura.
En el Parque Lezama escribió José Mármol la novela Amalia, una obra capital del romanticismo en la historia literaria argentina. Situó a sus personajes en el lugar y describió los jardines y barranca que lo caracterizaban en aquellos años. Luego siguieron otros en el siglo XX, y algunos más próximos a nuestra memoria. Tales son el caso de Baldomero Fernández Moreno, María Elena Walsh, Ernesto Sábato y Horacio Ferrer. Pero también hay otros menos conocidos del gran público. Y también músicos, pintores, escultores.


Pero el parque también tiene otra historia, que a su vez  tiene otra historia. Es que la vida y existencia del parque es tan antigua como la ciudad. Lo que llamamos Parque Lezama, nació a mediados del siglo XIX, aproximadamente en 1857,  cuando el hacendado salteño Gregorio Lezama compró esas tierras y decidió instalarse definitivamente en Buenos Aires. Lezama era un aficionado a la botánica y un experto coleccionista de especies diversas, no necesariamente exóticas. En pocos años construyó una vivienda de estilo ecléctico renacentista e italianizante y un inmenso parque que ocupó en un primer tramo, la parte alta de la barranca y luego toda las laderas que daban hasta el río. Lo que hoy se conoce como La Pradera. Para 1890 no había ninguna colección botánica en Sudamérica que la superara. Era el orgullo de la ciudad y el principal espacio verde. Fue el primer lugar diseñado racionalmente como parque y la primera gran colección botánica. Y fue lo más parecido a un museo o galería de arte por la cantidad de piezas que tenía en su interior.
Los límites del parque fueron variando según el crecimiento de la ciudad y la expansión sobre el Río de la Plata. Los que hoy conocemos, corresponden a la época de Lezama. El actual parque es heredero del aquel espacio. Dentro de la ciudad de Buenos Aires está en el punto clave que une los barrios de La Boca, Barracas y San Telmo. Las tres esquinas que forman las avenidas Paseo Colón, Almirante Brown y Martín García. El límite sur es la Avenida Martín  García y el norte la Avenida Brasil (aunque en este tramo es calle). Por el lado este lo rodea la Avenida Paseo Colón y por el oeste la calle Defensa. Tiene aproximadamente ocho hectáreas y en la casa tradicional de la familia Lezama, ahora funciona el Museo Histórico Nacional.

 La ciudad y el parque

El parque y la ciudad no nacieron juntos, pero la ciudad se fundó en el lugar que hoy ocupa el parque. En la explanada que da a la esquina de Brasil y Defensa,  hay un gran monumento a Pedro de Mendoza, fundador de la primera Buenos Aires, el 2 de febrero de 1536. Sobre su corta existencia (apenas siete años) se ha escrito el mejor relato de la historia de la conquista y colonización de América: Viaje al Río de la Plata, de Ulrich Schmidel. Soldado de fortuna, formó parte de la expedición, la fundación de la ciudad, fue testigo de su destrucción y abandonó el lugar en dirección al norte, con Domingo Martínez de Irala para ser uno más de los que fundaron la ciudad de Asunción del Paraguay. Schmidel sobrevivió a todo eso y  lo contó. Es el mayor registro literario y  descriptivo de la aventura y la única ciudad que tiene un relato propio y específico de su fundación.
Tras la segunda fundación de la ciudad por Juan de Garay, el 24 de abril de 1580, el lugar perdió centralidad. La nueva Buenos Aires se instaló tres kilómetros al norte, también sobre la barranca que forma el macizo geográfico que da sobre el Río de la Plata. Pero la Punta de Doña Catalina, como se conoce a ese extremo de la barranca donde hoy está el parque, quedó como un extrarradio, como un lugar intermedio entre la Plaza Mayor y el Riachuelo de los Navíos, como se llamaba a la desembocadura del río Matanza, en forma de delta, sobre el Río de la Plata. Lugar usado de fondeadero y puerto de emergencia. El terreno del parque, entonces,  pasó a ser lugar de tránsito, de  descanso de caravanas y reacomodamientos de tropillas y trasiego de mercaderías en dirección al mercado de la Plaza Mayor.
También tuvo otros nombres populares, según fueron cambiando los usos. A  esta punta de la barranca se la llamó Bajo de la Residencia y Barranca de Marcó en los tiempos en que funcionó el primer horno de ladrillas, el primer molino de viento, fuera también el gran depósito de mercadería de la ciudad y se instalara la barraca de la Real Compañía de Filipinas, dedicada al comercio de esclavos.



La auténtica historia de este lugar empieza a partir del 1802, año en el que el funcionario Manuel Gallego y Valcárcel compra el predio que hoy ocupa el parque, en su sección sobre la Avenida Martín García y empieza la construcción del edificio familiar. Pero la identidad más próxima a lo que conocemos se la dio El Gringo,  un inmigrante irlandés que se instaló en 1808 con su familia. Daniel Mackinlay le compró a Gallego y Valcárcel la propiedad por 19.000 pesos. Luego la amplió y le dio un entorno verde con diferentes especies. Siguiendo las tradiciones de su tierra, no puede haber casa sin parque.  En esos años se conoció el lugar como La Quinta del Inglés, a pesar de que Machinlay no lo era. Y ese nombre referencial se siguió usando muchos años después de su muerte en 1826.
Entre El Gringo y Gregorio Lezama hay un intermedio que ocupa un auténtico inglés, Mister Carlos Ridgely Horne, experimentado comerciante de Baltimore. Horne compró la propiedad en 1846 a los herederos de Machinlay, que ya era un lugar de envergadura y consideración en la ciudad. Sus actividades requerían de un lugar destacado. Había sido nombrado por Juan Manuel de Rosas como “único corresponsal marítimo” del puerto de Buenos Aires. Algo así como tener el control absoluto del puerto. Su solvencia, le permitió anexar las tierras hasta la calle Brasil y remodeló la construcción. Ahora ya no es una casa con jardín o una gran quinta, sino un pequeño palacete con extensión suficiente de parque. Pero los desarrollos hechos al lado del poder, duran lo que dura el poder. Rosas fue derrotado y se marchó al exilio luego de la Batalla de Caseros,  en 1852. Horne vivió algunos años más por estas tierras, pero en 1957 vendió la propiedad a José Gregorio Lezama. El primer paso dado por Goyo Lezama fue ampliar y remodelar definitivamente la casa, tal como la conocemos hoy. Pero el aspecto clave en la historia del lugar, fue la contratación del paisajista belga Verecke para parquizarla y armar la primera colección botánica.
Así, casi como una medida administrativa, como resultado de una transacción comercial aparentemente sin importancia, nace lo que hoy conocemos como el Parque Lezama. En la próxima nota entraremos en su historia fundacional como lugar público de esparcimiento y qué significó en esa época.

Las fotos son de  ©sarmiento-cms

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